“Para evitar que algunas cosas se filtren ni las pienso”, suele decir Mariano Rajoy (Santiago de Compostela, 1955) a sus colaboradores más estrechos. La frase es la esencia de la filosofía vital de un hombre cuya máxima política es esperar, dejar que las cosas se solucionen solas. El gran problema de Rajoy es que ha dejado de ser líder de la oposición, alguien que puede pronunciar cualquier discurso, o ninguno, sin apenas consecuencias. Desde el 21 de diciembre de 2011 Rajoy es presidente del Gobierno de España y su audiencia es global. Ya no habla para sus votantes, ahora le escucha Barack Obama.
Desde la dimisión de Rodrigo Rato al frente de Bankia, el cuarto banco del país en activos, el Gobierno ha acumulado errores políticos y de comunicación que han socavado su imagen de capacidad y eficacia. El último, negarse a llamar rescate a un rescate, táctica que ha provocado hilaridad y mofa en los medios de comunicación extranjeros, que han zarandeado a Rajoy sin contemplaciones.
“Tú dices tomate, yo digo rescate”, fue el ocurrente título de Lisa Abend en la revista Time para resumir el debate del nombre. Todo servía menos la palabra rescate: vía de crédito, crédito blando, ayuda europea, lo de ayer, cuyo hashtag #lodeayer se convirtió en un trending topic.
Lo peor no fue la ironía de los periodistas, sino la desconfianza de los líderes europeos que no entendían si la venta del no-rescate era márketing o incapacidad para comprender la realidad.
“Generamos perplejidad. Después de ayudarnos, y ayudarse, es cierto, nuestros socios europeos esperaban una reacción más sensata y humilde, de agradecimiento. La visión de Rajoy sacando pecho en la rueda de prensa del domingo pasado proyecta la imagen de hombre que tiene una visión bunkerizada de las cosas”, dice Antoni Gutiérrez-Rubí, experto en comunicación política y autor del blog Micropolítica en EL PAÍS.
“Confluyen dos factores contradictorios: la sobredramatización de la oposición y los sindicatos y una sobreescenificación de la normalidad por parte del Gobierno y sus afines, de ahí el viaje de Rajoy a Polonia [para presenciar el primer partido de la selección]. Entre las dos, gana el Gobierno: a la opinión pública no le gusta que la atosiguen con malas noticias”, afirma Francisco Llera, director del Euskobarómetro.
Las verdaderas malas noticias no tienen que ver con la guerra de los sinónimos. Lo peor es el convencimiento de que el rescate a una parte de la banca española por valor de 100.000 millones de euros no será suficiente, que los activos tóxicos, es decir, los créditos entrampados en la explosión de la burbuja inmobiliaria, pueden demandar más dinero, incluso un rescate de la totalidad del país, como sucedió en Grecia, Irlanda y Portugal. Es la tesis del Financial Times, una de las biblias del capitalismo mundial.
Los mercados no tienen sentimientos, solo buscan rentabilidad: atacan donde detectan debilidad. Para la agencia económica Bloomberg, el problema de fondo es la ausencia de una respuesta europea a la crisis; una verdadera apuesta por el euro. Los ministros de Economía del Eurogrupo han aprobado un rescate del que aún se desconocen las condiciones, la letra pequeña. Es una constante en las cumbres de la UE: primero se bordea la catástrofe, después se anuncia un acuerdo, más tarde se negocia su contenido. Los inversores conocen el truco, por eso no amaina el ataque y las alzas de la prima de riesgo (sobrecoste de la financiación de la deuda española respecto a Alemania).
“Todos sabíamos que Grecia estaba mal, pero nadie esperaba que España estuviera sumida en una crisis tan grande. Ahora hay miedo de que pase en Italia”, asegura por teléfono Francesca Caferri, jefa de la sección de Internacional de La Repubblica. “También hay una gran sorpresa con Rajoy. Parece que no sabe adónde va. Sus cambios de rumbo, que no se necesita ayuda, que ahora sí, pero no se llama rescate, generan confusión y desconfianza. O es un mentiroso o no sabe lo que está haciendo”, añade.
The Wall Street Journal, la otra Biblia, teme que el patrón de negación de la realidad expuesto en la crisis de Bankia, con el baile de miles de millones que forzó el rescate, se esté repitiendo. La hiperinsensibilidad es máxima: el domingo se celebran unas elecciones en Grecia cuyo resultado más probable sea la imposibilidad de formar un Gobierno; y si se pudiera, este sería hostil al ajuste patrocinado por Angela Merkel.
“Lo que empieza con un juego de sinónimos termina por generar un pensamiento político fuera de la realidad. Le sucedió a Zapatero con la palabra crisis. El empeño en negarla transmitió desconfianza, la sensación de que el Gobierno no sabía manejar el problema. Esto se llama en España ‘síndrome de la Moncloa’. Lo preocupante es que a Mariano Rajoy le haya pasado en apenas seis meses”, dice Manuel Saco, periodista y experto en imagen televisiva.
“El Gobierno no entiende la dimensión global y plural de la comunicación. Creyeron que una victoria absoluta generaba automáticamente una comunicación absoluta, una lógica absoluta. Parecen sorprendidos de que no funcione. Esto es inconcebible para un hombre de la preparación de Rajoy”, apunta Gutiérrez-Rubí.
El Financial Times ha sido muy duro con Rajoy. Su corresponsal en Madrid, Victor Mallet, escribió el 8 de junio: “España está sumida en una política provinciana y de partido cuando los asuntos urgentes de Estado deben negociarse en Berlín o Bruselas”. El periodista afirmó que Merkel y otros socios de la UE dudan de que Rajoy sea capaz de lograr la disciplina fiscal. También dudaban de la capacidad de Zapatero. Según Mallet, en Europa se echa de menos a Felipe González y a José María Aznar.
El corresponsal del Financial Times no quiso añadir demasiado a lo ya escrito en su artículo: “Rajoy no es consciente de que ya no habla solo a sus votantes o votantes potenciales. (...) Le tengo simpatía por lo que hizo con el fútbol. Si me van a criticar si voy y me van criticar si no voy, pues voy”.
“Todo el mundo sabe que las cajas de ahorro han estado manejadas por los partidos políticos y por los sindicatos, que todos son culpables. El 80% de los ciudadanos pide unidad; está cansado de la guerra de reproches entre los dos grandes partidos. El mensaje es claro: nos salvamos todos o nos hundimos todos”, dice Llera.
“El Gobierno tiene que tener cuidado con sus palabras. Lo que puede valer para España, fuera se ve con recelo, como una señal de que el Gobierno está fuera de la realidad. Y eso es peligroso. Todo el mundo entiende que el Gobierno tiene que presentar el acuerdo del rescate, que es bueno para España, lo mejor posible para sus intereses. Rajoy está habituado a hablar para los medios españoles, a dirigirse a la opinión pública española, pero lo importante ahora es cómo te percibe la opinión pública alemana, la anglosajona. Rajoy está vigilado. Sus declaraciones se reflejan en la confianza exterior”, explica Giles Tremlett, corresponsal del diario The Guardian en Madrid.
“Rajoy es un hombre de tiempos, le gusta esperar, que los problemas se pudran, como ha sucedido con la dimisión de Javier Arenas. La rueda de prensa del domingo se hizo para los medios extranjeros, no para los españoles. Rajoy dio la talla. Supo elegir el escenario: nada de paredes detrás, sino un cristal con vistas a los jardines. Rajoy es quien mejor transmite, el PP debería utilizarle más. Es mejor que la vicepresidenta, que parece que nos está regañando. El problema de Rajoy es que no se deja aconsejar. Si ahora se escuchan quejas de Irlanda y Portugal por el acuerdo logrado por España, es una señal de que el Gobierno ha negociado bien”, dice Virginia Ródenas, veterana periodista de ABC dedicada al asesoramiento de políticos.
Las encuestas aún no reflejan el desgaste del Ejecutivo, pero sí el del presidente, según Demoscopia. El PP se mantiene más de 10 puntos por delante del PSOE, aunque ambos bajan respecto a las elecciones del 20 de noviembre. La pésima noticia para Alfredo Pérez Rubalcaba es que no se aprovecha del descontento por la dureza de las reformas.
Gutiérrez-Rubí sostiene que este tipo de desgastes tardan en reflejarse en los sondeos: “Rajoy tiene un boquete serio en la credibilidad interna y externa. Esa pérdida no se muestra enseguida en las encuestas pero queda impresa en el cerebro de los votantes. El desgaste ha comenzado. (...). Si no hay porosidad social, si no te abres a la sociedad a la que sirves y representas acabas encerrado en un pensamiento único. Si solo respiras el aire que generas acabas envenenado”.
“Rajoy es un superviviente entrenado en la lucha partidaria. Primero tienes que sobrevivir dentro de tu propio partido a las puñaladas de tus compañeros que aspiran a desbancarte; después, a la oposición que siempre, sea quien sea, es miserable”, dice Ignacio Torreblanca, analista de este periódico y experto en Europa. “Lo que es bueno para ganar unas elecciones, como el acto de soberanía del déficit escenificado en Bruselas, te hace perder la confianza entre tus socios. La sobreactuación de Rajoy ha obligado a sobreactuar al ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, que salió a decir que sí habrá condiciones”.
A Torreblanca le preocupa una repetición del escenario griego: el hundimiento de los dos grandes partidos. “Se está desactivando el centro político en España. Si las urnas reflejaran lo que la gente vota, el Parlamento sería ingobernable. Para eso está un sistema electoral injusto, para evitar el caos”, dice el analista.
Un lector del Financial Times escribió este martes una carta al director que resume el sentir general: “La decisión más difícil de Rajoy en los últimos días fue elegir entre el partido de España en Polonia y el de Nadal en París”.