Los alumnos se aburren en la escuela, opinan multitud de expertos. Lo que tienen fuera es mucho más atractivo —Internet en todas partes a través de sus dispositivos móviles, por ejemplo— que el mundo compartimentado de saberes estancos que se les ofrece dentro. Hay quien piensa que el problema es que los jóvenes ya no gastan la capacidad de sacrificio de antaño y que habría que imponérsela a base de disciplina, premios y castigos. Pero también hay muchos especialistas que creen que el modelo de escuela nacido con la revolución industrial apenas ha cambiado y por eso ya no sirve en la era digital, en la que toda la información está a un clic de distancia y los estímulos se multiplican hasta la extenuación.
Esta última es la opinión de Dolors Reig, psicóloga social y editora del blog El Caparazón, que moderó el jueves pasado el debate titulado La educación, ¿qué estamos haciendo mal?, dentro del encuentro internacional Red Innova celebrado en Madrid. Pero la cuestión es que se lleva muchos años hablando de esa transformación sin que el debate consiga realmente convertirse en cambio real en el aula, pues, de hecho, la discusión sigue muchas veces atascada en si realmente la tecnología sirve o no para mejorar los resultados escolares.
“Lo que ha pasado con Internet en la escuela es lo que pasa con la Red cuando llega a cualquier sitio: lo primero que ocurre es un caos tremendo, simplemente, porque casa muy mal con el modelo antiguo”, dijo José de la Peña, director del área de Educación de la Fundación Telefónica, que aconsejaba no dejarse llevar por el momento de caos a la hora de hacer balances y reflexiones. En todo caso, dijo, el sistema está abocado irremediablemente, opina, a cambiar “cómo se enseña y qué se enseña”.
A pesar del argumento repetido hasta la saciedad de la resistencia docente al cambio, “hay muchísimos profesores que ya innovan”, insistió Miguel Barrero, director general Santillana Negocios Digitales (la editorial, que pertenece a PRISA, organizó el debate). El problema, quizá, es que aún no se les ha dado a los maestros herramientas tecnológicas realmente eficaces en un aula, no se le ha ofrecido una formación adecuada: “Probablemente no hay que dar cursos para aprender a usar el PowerPoint, sino para innovar o para promover el talento”, dijo. Además, el cambio tienen que acompañarlo los padres y la Administración, añadió, pues no llegará muy lejos si se transforma la manera de enseñar, pero no la evaluación. Es decir, si lo único que se sigue valorando es, por ejemplo, la capacidad de cálculo.
Y es esta otra de las claves que se ofrecieron en el debate. Probablemente sí están cambiando —quizá mucho más de lo que puede parecer— las formas de enseñar, pero apenas se han tocado los contenidos. De hecho, Dolors Reig había abierto el encuentro apuntando: “Si la educación se ha centrado tradicionalmente en la lectoescritura, el cálculo, etcétera, debe abrirse ahora a las denominadas inteligencias múltiples o también potencialidades del hemisferio derecho de nuestro cerebro: la creatividad, los lenguajes audiovisuales en general, la competencia para relacionarnos, la emoción...”.
Sobre el fomento de la creatividad habló el paleontólogo Ignacio Martínez Mendizábal. La creatividad, explicó, consiste en dar respuestas nuevas a los problemas a partir de los conocimientos que ya se tienen y, después, buscar la manera técnica de llevar la idea a la práctica. Pero antes de todo eso, hace falta un primer paso: la rebeldía de cuestionar las soluciones ya ensayadas. “¿Cómo vamos a fomentar la rebeldía? Y, sobre todo, ¿estamos dispuestos a fomentar la rebeldía en las escuelas?”, se preguntó el especialista, premio Príncipe de Asturias de Ciencia y Tecnología por su trabajo en las excavaciones de Atapuerca.
Carlos Grau, de Microsoft, se centró en la otra mitad de la discusión, la del cambio del “cómo se enseña” y en cómo las tecnologías, aunque por sí solas no tienen por qué mejorar nada, bien utilizadas pueden significar un importante apoyo. Y, de hecho, ya han cambiado la realidad del aula. “Ofrece entornos mucho más ricos, muchas más posibilidades de personalizar la enseñanza, rompe las barreras del espacio y el tiempo pues la información se hace ubicua y todo ello cambia la posición del profesor, hasta convertirle en un facilitador dentro de un entorno colaborativo, donde los alumnos aprenden junto a los compañeros de otras clases, de otros colegios, de otros países....”.