“Dicen que la realidad supera a la ficción. En mi caso, desde luego”. De esa superación, que incluye haber conocido la identidad real de su padre con los 40 cumplidos, Maha Akhtar (Beirut, 1966) sacó material para dos libros y el armisticio con su pasado. Por lo demás, el tratamiento de princesa por ser nieta del marajá de Kapurtala y de la artista española Anita Delgado le hace encogerse de hombros: “No sirve para pagar las facturas de fin de mes”. Esas con las que esta periodista nacionalizada estadounidense pelea al llegar al día 20, porque el oficio, que ahora ejerce como colaboradora de medios incluido The New York Times, ya no es lo que era.
Escritora —publica su tercer libro, Miel y almendras (Roca Editorial)—, bailaora de flamenco años atrás en Sevilla —“me siento libre cuando bailo, me lleva a otro mundo”—, ayudante del mánager del grupo The Cure —“sí, la industria musical era ‘sexo, drogas y rock and roll”—, colaboradora del célebre Dan Rather en la cadena CBS durante 15 años —“una suerte y un honor”—. Akhtar, que elige el menú al primer vistazo, se considera solo periodista. A pesar de los pesares: “Cada vez es más difícil serlo. El oficio está cambiando mucho, no sé si para bien o para mal, porque aún no hemos llegado al final. Los presupuestos cada vez son más ajustados. No existen las grandes figuras de antaño y la manera de trabajar está cambiando. Con la prisa por ser el primero, por tener una entrevista exclusiva, no hacemos bien el trabajo”, reflexiona. El rigor suele caer por el camino, aunque “el deber cívico del periodista es decir la verdad”, recuerda citando a su maestro Rather.
“Cuando yo debuté, había que empezar por documentarse. En cambio, hoy vivimos en el mundo de la gratificación instantánea”. Y eso es válido tanto para la información como para perder peso, ironiza esta mujer expresiva. Aunque “hay medios que todavía lo hacen muy bien”, Akhtar se preocupa por la falta de veracidad en la Red —“cada vez es más difícil llegar a la verdad, la cháchara lo cubre todo; muchos blogueros opinan, pero no averiguan”—, y por la deriva hacia la “información light”. “La gente no quiere ver noticias muy duras, por lo que se hollywoodizan. La audiencia prefiere el entretenimiento a las noticias, y que estas sean entretenidas”, añade. Y, además, triunfa “la información sobre celebrities y los reality shows”. “Estamos en una sociedad que es muy voyeur”, concluye.
Akhtar salta del español al inglés y al francés con naturalidad y habla más que come. Cuando llueve sobre el periodismo, ella se ha instalado en la literatura. Miel y almendras nació de una visita a una peluquería de barrio con su tía, en un viaje a El Cairo. La novela, con escenario en un salón beirutí de medio pelo donde confluyen mujeres muy distintas, es también un homenaje a su madre. Por fin le ha perdonado. Sabe que le ocultó su origen —un secreto roto por el papeleo para el pasaporte— “para que no pensara que ella era una frívola y yo, una bastarda”.
“No me importa ser princesa. Lo que me importa es estar en paz, tranquila y haber descubierto la verdad. A fin de cuentas, soy periodista”. También por eso, pese a su rocambolesca historia, no cree en la llamada de la sangre: “Es imposible contrastarla con dos fuentes”, sonríe Akhtar.